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Las posadas
“¡Dale, dale, dale, no pierdas el tino! ¡Mide la distancia que hay en el camino!”
¡Ah! ¡las posadas! Estas fiestas tradicionales, que todos creemos totalmente católicas de origen, provienen de los festejos de los mexicanos por el advenimiento de Huitzilopochtli, dios de la Guerra, entre el 7 y 26 de diciembre aproximadamente.
Los religiosos agustinos substituyeron personajes y modificaron elementos de la celebración, y fue en San Agustín Acolman, entre Ciudad de México y Teotihuacán, donde iniciaron las posadas en 1587, con misas de aguinaldo del 16 al 24 de diciembre, celebradas en los atrios de la iglesia, en las que intercalaban pasajes de la Navidad, agregando como atractivo luces de bengala, cohetes, villancicos y las piñatas.
El pueblo se encargó después de sacarlas de las iglesias y devolverlas como fiesta popular a los barrios y a las familias, despojándolas de religiosidad, y a la medida de su propia devoción.
Las “piñatas” provienen de un ritual agrícola durante los festejos del año nuevo chino, y que Marco Polo llevó a Italia, donde la cristiandad la adoptó para Cuaresma; al primer domingo se le llamaba Domingo de Piñata. En América se le usó para atraer a la gente a la nueva religión, y el pueblo se apropió de ellas llevándoselas a casa.
La “Venda en los ojos” representa la ignorancia fundamental que provoca obstáculos y sufrimiento en la vida. “El palo” es la firmeza de la búsqueda por la verdad y la lucha contra los venenos mentales. La piñata con sus 5 o 7 picos –los venenos mentales hijos de la ignorancia-, es la falsa identidad del ego, adornada, hueca y evasiva, que se rompe para liberar los dones de nuestra verdadera naturaleza, expandiendo nuestro espacio interior. La venda es arrancada de los ojos para despertar al reconocimiento de nuestra bondad intrínseca y atestiguar la destrucción irreversible de nuestra falsa identidad. Y éste logro personal derrama beneficios para todos -a pesar de intentarnos distraer y engañar-, como la generosidad de quien siendo libre ya no abriga rencores.
Cierto que preservar tradiciones es importante, pero lo es más saber por qué lo hacemos, qué significan, y cómo nos pueden ayudar a ser mejores, como personas y comunidad.
Las posadas son un festejo popular, muy mexicano pero de gran universalidad. Una tradición que fortalece la identidad y pertenencia a la familia, al barrio, y a esa mexicanidad tan subestimada, pero
que como la piñata, está cargada de sorpresas y bondades generosas. Solamente debemos tenernos fe, perseverar, y no distraernos con las voces de los agoreros, mediocres, catastrofistas, malosos, ni milagreros. Es nuestro destino ser libres y felices, pero como no hay efecto sin causa, nadie más que nosotros es responsable de alcanzar la meta o claudicar.
Estamos en tiempo de reflexión, de recapitulación del pasado observando sus efectos en nuestro presente, y de modificar nuestro presente para decidir, desde hoy y aquí mismo, nuestro futuro.
¡Decídase a decidir por usted mismo, para los demás! Acepte desde hoy su responsabilidad universal
–hacia usted, y desde usted mismo hacia el mundo-, y eche a andar con los huaraches que trae puestos; no espere a que le alfombren el camino. Persevere, rompa la piñata de su egoísmo y comparta los beneficios con los demás para afianzar su prosperidad.
¡Ah! Y si organiza una auténtica posada, invite, ¡no se haga el peregrino al que la Virgen le habla!