Lo nuevo es “los obesógenos”

Las calorías ya no son el único causante de obesidad.

Apenas estabamos entendiendo eso de las calorías en tablitas nutrimentales y nos salen con el Índice Glicémico; y como que ya le entendíamos y ¡Zas! “quesqueora”, aunque reduzcamos calorías, engordaremos irremediablemente. 

Ya nos habían dicho que eso de las calorías era asegún se vistieran: si venían disfrazadas de azúcar o arroz blanco eran malandras. Si venían vestidas de brócoli o amaranto, pase asta sin avisar. 

En Francia se descubre que Danone metía probióticos de los usados para engordar “cochis”. Y ahora nos avisan que los agroquímicos en las cosechas también engordan, por lo cual ya ni las lechugas son de fiar. 

¡Háganme el refabróncabor! 

Esas sustancias Obesógenas están ocultas en todas partes, y programan a nuestros cuerpos a almacenar grasa a tal grado, que una fresca lechuga nos puede engordar más que una hamburguesa. 

Los obesógenos son “disruptores endócrinos”, o toxinas que simulan los efectos de las hormonas naturales y alteran sus respuestas normales. Así, estas “calorías químicas” pueden ocasionar más obesidad que las “calorías calóricas”.

¿Y cómo es que influyen tanto? 

Alteran la liberación normal de la hormona Leptina que avisa al cerebro que ya se llenó el tanque. También reprograman a las células para volverse células adiposas y que almacenen grasa. 

Y por si fuera poco, son inflamatorias, y producen estrés oxidativo que daña a la fuente de energía corporal, la mitocondria, lo que desata una cascada de efectos negativos. 

Los obesógenos son más nocivos durante el embarazo y el desarrollo del infante, al que dejan programado para criarse como si estuviera destinado al rastro. 

Lo importante: ¿de dónde vienen y cómo evitarlos? 

Carnes, aves y lácteos son las mayores fuentes. Se usan legalmente hasta 6 hormonas cuyos residuos quedan en los tejidos y leche. 

Hay estudios con gente que come carne regularmente que demuestra niveles más elevados de hormonas forasteras en su sangre y sus tejidos, y otros estudios que muestran la conexión entre las hormonas en los lácteos y la creciente obesidad, aunque sea “descremada” o “lait”. Y los peces cultivados tampoco se salvan. 

Pero los vegetales comerciales también nos alteran, porque se rocían con sustancias que actúan en nosotros como “simuladores estrogénicos” y como “disruptores tiroideos” ligados ambos con aumento de peso. 

Y si a eso le agregamos los BPA’s y otras sustancias de los plásticos que alteran el sistema glandular y aumentan el tamaño de las células adiposas (las que almacenan grasa) el problema es aún más gordo. 

Para rematar, el agua potable puede contener residuos de pesticidas y de medicamentos farmacéuticos que también alteran el sistema glandular. 

Las fragancias de artículos de aseo engrosan la lista, junto con las palomitas de microondas y los teflones (contienen ácido perfluoro-octanoico, obesógeno que promueve el crecimiento de tumores, particularmente en las mujeres. 

Así pues, los obesógenos están por doquiera -el 93% de los norteamericanos contienen BPA en sus cuerpos- y la pregunta es ¿Y a los mexicanos quien nos cuida?