No dormir bien hace más daño de lo que pensábamos 

El mexicano actual duerme un promedio de 6 horas cada noche, y se sabe hace tiempo que las horas de sueño declinan con la edad. 

Vivimos una cultura que cree que dormir es un lujo, algo que se sacrifica si hace falta, que para eso es la cafeína y bebidas que dan alas. Pero al reducirse el promedio de sueño hemos obtenido mayores tasas de obesidad y diabetes. 

Según estudios del Centro de Sueño del hospital John Radcliffey la Universidad de Surrey, Inglaterra, una de las cosas que hace el cerebro es pasar recuerdos del archivo temporal al archivo de largo plazo, para que tengamos más espacio para recuerdos de corto plazo al día siguiente. Si no se duerme adecuadamente, estos recuerdos se pierden. 

Siempre pensamos: “Dormiré menos entre semana pero me recuperaré el fin de semana”. Pero 

¡Lástimaaa Margaritooo! Porque no funciona así ya que los recuerdos deben ser consolidados en 24 horas. 

Así que es importante que si está estudiando o tendrá un examen, asegurarse de dormir razonablemente. Quienes no lo hacen tienen resultados inferiores al 40% en comparación con los que duermen bien. 

El sueño profundo sólo dura unas horas. Esta es la fase en que no te puedes ni mover. Pero los músculos de los ojos si lo hacen; de ahí que se le llame sueño MOR (de Movimientos Oculares Rápidos). 

Durante el sueño MOR suceden cosas extraordinarias: Un químico relacionado con el estrés (la noradrenalida) se apaga. Es el único momento en que esto pasa en el día o en la noche. Nos permite permanecer calmados mientras el cerebro reprocesa las experiencias y nos ayuda a manejar eventos emocionales difíciles. 

Obtenemos más sueño MOR en la última mitad de la noche. Lo que significa que si a uno lo despiertan inesperadamente, puede que el cerebro no haya manejado todas las emociones, y nos

deje una estela de estrés y ansiedad. Tomar alcohol en la noche reduce el sueño MOR mientras el cuerpo lo procesa. 

Cientos de genes afectados 

Pequeños cambios en el patrón de sueño pueden producir una enorme diferencia. 

Las pruebas de computadora revelaron que la mayoría encontraron difíciles las tareas que requerían agilidad mental si habían dormido menos, pero los resultados más interesantes salieron de los exámenes de sangre. 

Se encontraron unos 500 genes afectados. Algunos iban hacia arriba y otros hacia abajo. Lo que descubrieron fue que se dormía una hora menos, los genes asociados con procesos como: 

inflamación, respuesta inmune y respuesta al estrés se volvían menos activos. También se notó un incremento en la actividad de los genes asociados con la diabetes y el riesgo de cáncer. Lo contrario ocurría cuando se añadía una hora de sueño. 

Así que el mensaje contundente de este experimento es que si usted duerme menos de 6-7 horas, con agregar una hora más puede prevenir problemas degenerativos y estrés, mejorando su salud. 

El ruido nos mata en silencio 

La contaminación ambiental por ruido es gravísima, y todos estamos expuestos a niveles de ruido que deterioran la audición y nuestra calidad de vida. Y Ensenada se ha convertido en una ciudad majaderamente ruidosa haciendo la convivencia cada vez más hostil destruyendo la calidad de vida. Lo peor es que existe una legislación desde los 1950´s que es letra muerta. 

La investigadora Blanca Jiménez Cisneros dice que el problema menos atendido en nuestro país es la contaminación por ruido.

José Antonio Peralta del IPN, publicó “El ruido en la Ciudad de México” donde relata los estragos que causa: 

No sólo sordera. También provoca agresividad, contribuye al aislamiento, produce estrés, genera insensibilidad, afecta la eficiencia en el trabajo, interfiere con un buen desempeño de actividades y perturba el sueño. 

Reporta que la legislación sólo incluye daños por sordera, y no los fisiológicos y psicológicos asociados al ruido. Realizó un “muestreo” en el DF: durante una hora registró el ruido con la ventana del conductor abierta circulando en día hábil de 12-14 horas y registró 80 decibeles promedio. Pero como la ley sólo regula lo que sobrepasa los 90 db los choferes quedan desprotegidos. Peralta se pregunta: “¿Hasta qué punto la agresividad e intolerancia de los choferes son inducidos por el ruido en que están sumergidos?”. 

El otro punto que destaca es el ruido en ambientes de “diversión”. Peralta midió los decibeles en fiestas populares y encontró un nivel mayor al permitido en las fábricas. ¿Cómo entender que en momentos de esparcimiento las personas se pongan en riesgo? ¿Qué ocurre con sus oídos que un volumen tan alto ya no les causa molestias? 

La explicación es la atrofia auditiva, o “Hipoacusia”: la reducción de la capacidad de oír, producida por exposición prolongada a sonidos de alta intensidad. 

En centros de juegos con maquinitas encontró el mismo nivel de ruido que en las industrias.

Pero en todo México la legislación contra el ruido es tibia, y su aplicación casi inexistente. 

Estas leyes nacieron para proteger a los trabajadores de fábricas, pero ahora deben incluir a los ciudadanos en las calles y en sus hogares. Pero habrá que vencer intereses económicos y fomentar la convivencia respetuosa. 

¿Qué hacer cuando los vecinos ponen la música muy fuerte, ensayan su guitarra eléctrica o su batería, anuncian con altavoces sus productos, o suenan claxonazos bajo la ventana? 

El problema del ruido tiene soluciones legales, políticas y culturales. Más no se vio ninguna propuesta en las agendas electorales o legislativas que encare la necesidad de controlar el efecto negativo que produce esta dañina molestia. 

Eduardo Muscar (Universidad Complutense), escribió: el ruido en la ciudad “nos ha convertido en una masa de neurasténicos, agresivos, tensos, fatigados e insensibles y, sobre todo, incapaces de ver nuestro deterioro provocado por la integración del ruido en un sistema bárbaro de valores de vida urbana”. 

Requerimos más lugares sociales -parques, jardines, cafeterías, restaurantes y salones de baile- donde se pueda platicar sin desgañitarse. Pero, sobre todo, tenemos que dejar de producir ruidos, que son una agresión psicológica y fisiológica a nuestros semejantes. 

Olvídese de las calorías

Lo nuevo es “los obesógenos”

Las calorías ya no son el único causante de obesidad.

Apenas estabamos entendiendo eso de las calorías en tablitas nutrimentales y nos salen con el Índice Glicémico; y como que ya le entendíamos y ¡Zas! “quesqueora”, aunque reduzcamos calorías, engordaremos irremediablemente. 

Ya nos habían dicho que eso de las calorías era asegún se vistieran: si venían disfrazadas de azúcar o arroz blanco eran malandras. Si venían vestidas de brócoli o amaranto, pase asta sin avisar. 

En Francia se descubre que Danone metía probióticos de los usados para engordar “cochis”. Y ahora nos avisan que los agroquímicos en las cosechas también engordan, por lo cual ya ni las lechugas son de fiar. 

¡Háganme el refabróncabor! 

Esas sustancias Obesógenas están ocultas en todas partes, y programan a nuestros cuerpos a almacenar grasa a tal grado, que una fresca lechuga nos puede engordar más que una hamburguesa. 

Los obesógenos son “disruptores endócrinos”, o toxinas que simulan los efectos de las hormonas naturales y alteran sus respuestas normales. Así, estas “calorías químicas” pueden ocasionar más obesidad que las “calorías calóricas”.

¿Y cómo es que influyen tanto? 

Alteran la liberación normal de la hormona Leptina que avisa al cerebro que ya se llenó el tanque. También reprograman a las células para volverse células adiposas y que almacenen grasa. 

Y por si fuera poco, son inflamatorias, y producen estrés oxidativo que daña a la fuente de energía corporal, la mitocondria, lo que desata una cascada de efectos negativos. 

Los obesógenos son más nocivos durante el embarazo y el desarrollo del infante, al que dejan programado para criarse como si estuviera destinado al rastro. 

Lo importante: ¿de dónde vienen y cómo evitarlos? 

Carnes, aves y lácteos son las mayores fuentes. Se usan legalmente hasta 6 hormonas cuyos residuos quedan en los tejidos y leche. 

Hay estudios con gente que come carne regularmente que demuestra niveles más elevados de hormonas forasteras en su sangre y sus tejidos, y otros estudios que muestran la conexión entre las hormonas en los lácteos y la creciente obesidad, aunque sea “descremada” o “lait”. Y los peces cultivados tampoco se salvan. 

Pero los vegetales comerciales también nos alteran, porque se rocían con sustancias que actúan en nosotros como “simuladores estrogénicos” y como “disruptores tiroideos” ligados ambos con aumento de peso. 

Y si a eso le agregamos los BPA’s y otras sustancias de los plásticos que alteran el sistema glandular y aumentan el tamaño de las células adiposas (las que almacenan grasa) el problema es aún más gordo. 

Para rematar, el agua potable puede contener residuos de pesticidas y de medicamentos farmacéuticos que también alteran el sistema glandular. 

Las fragancias de artículos de aseo engrosan la lista, junto con las palomitas de microondas y los teflones (contienen ácido perfluoro-octanoico, obesógeno que promueve el crecimiento de tumores, particularmente en las mujeres. 

Así pues, los obesógenos están por doquiera -el 93% de los norteamericanos contienen BPA en sus cuerpos- y la pregunta es ¿Y a los mexicanos quien nos cuida?